75 aniversari [ 1931 - 2006 ]

de la proclamació de la II República a Mallorca

15.4.06

El sueño de la República


DANIEL CAPÓ

En su introducción al libro Anticlericalismo y libertad de conciencia, el profesor Manuel Álvarez Tardío resume los motivos que condujeron al fracaso de la Segunda República española: " La fe en el progreso -afirma Álvarez Tardío- se tradujo en una confianza sobrenatural en el poder de la política para transformar la realidad. La Segunda República quiso ser, como insistió una y otra vez Azaña, el reino de la acción política; con ella y gracias a ella el país alcanzaría a ver cumplido el sueño de la modernización". Como todas las opiniones, la del profesor Tardío es matizable y sujeta a consideraciones ideológicas. Pero la época -el período de entreguerras, digo- descreía de la democracia y ponía su empeño en lograr el proyecto revolucionario de un hombre y una sociedad nuevos. La realidad concreta del país -quizá porque el hombre nunca termine de sentirse a gusto inserto en su propia realidad- debía subordinarse a la acción política, ajustarse al ideal utópico del momento. Este no deja de ser un error que comparten todos aquellos que desconocen la importancia crucial de los distintos resortes sociales que sostienen al Estado. La retórica de la Segunda República, al menos en sus peores momentos, no se distinguió mucho de la ensoñación maniquea de los adolescentes, cuyas consecuencias últimas suelen ser proporcionales al fulgor de sus frustraciones. De hecho, el frágil equilibrio que se forjó en España a lo largo del siglo XIX y de principios del XX -trabado, eso sí, con enormes dificultades- estalló ante la propulsión utópica de la acción de gobierno y la deslealtad de la oposición. Como en el resto de la Europa continental, la derecha y la izquierda españolas compartían un discurso forjado en la fragua del mito y la esperanza mesiánica. Y aunque es importante recordar que el golpe militar del 36 fue responsabilidad única del nacional-catolicismo, la historia nos demuestra que los procesos de mistificación política -y de mistificación hubo por los dos bandos- terminan por convertirse en un sucedáneo sangriento de la distopía. Así, como si fuera un continuum, detrás de la locura se encuentra el virus de la utopía; el mito adolescente de un Nuevo Edén en el que sólo los puros merecen vivir.
El error es hijo de los hombres y de las épocas, de la ignorancia y del rechazo a la lenta cadencia de la historia. Ahora que se vuelve a invocar a la República -tanto para denigrarla como para ensalzarla- no estaría de más que se respetara la armadura de estos cuatro puntos cardinales. Por fortuna, ni la España de hoy coincide con el país empobrecido de la década de los treinta, ni las utopías de la República son ya exactamente las nuestras. De ahí, que uno no sepa muy bien por qué tanto empeño en recuperar el proyecto histórico de la República -como aún entiendo menos que se hable desde la admiración del franquismo o de la vigencia de la España de los Reyes Católicos. En el fondo, es mejor que los mitos duerman el sueño de los siglos. Y que el futuro no lo dicte el recuerdo de un pasado que ya muy pocos han conocido.
14/04/06