En los márgenes de la historia
JOAN ROMERO
El psicoanálisis, tanto da si se trata de experiencias individuales como colectivas, también tiene su lugar en estos procesos y viene en ayuda de la historia para explicarlos: cuando se viven experiencias traumáticas, crueles, descompasadamente conflictivas, el resultado es el dolor, el síntoma, la enfermedad vivida. Y uno de los métodos preferidos para superar estas situaciones es el olvido, la represión de los hechos. La persona o la sociedad no quieren recordar. Y así ocurre muchas veces. El silencio voluntario es, también, la expresión del olvido y de la represión y puede ser incluso positivo para el cuerpo social en determinados momentos. Sin embargo, hay otros caminos transitables: hacer hablar al que así sufre es uno de ellos. Porque hablar y recordar es una terapia que serena, que repara, que además permite luego olvidar de otra manera. Hablar para contribuir a serenar el cuerpo social y el alma colectiva. Pero hacerlo de una manera especial.
Seguramente el mejor camino es no mirar atrás para juzgar(te) y castigar(te). Seguramente el mejor camino es querer recordar para olvidar aceptando que somos quienes somos y aceptarlo significa y contribuye a vivir en paz. Como personas y como colectivo. Asumiendo, como expresa Sandrine Lefranc en su espléndido libro Políticas del perdón, que el olvido no se decreta. Que las páginas dolorosas de la historia de los pueblos no se pueden cerrar con leyes de amnistía, ni con expedientes administrativos, sino que para que no sean "suturas ficticias" deben descansar en generosos compromisos democráticos decididos a recomponer una historia-memoria aceptable por la inmensa mayoría. De persistir "relatos contradictorios, la tentativa ha fracasado", afirma Lefranc. Y en España corremos ese riesgo.
Ha transcurrido el tiempo necesario para poder recuperar toda la historia y todas las historias. Más de medio siglo ya es distancia suficiente para aproximarnos al estudio y al (re)conocimiento del trauma colectivo que supusieron la Guerra Civil y la represión franquista. Es el momento para dejar atrás, sin pretender ajustar cuentas con el pasado, lo que el profesor Fontana definiera como "historiografía de supervivencia" o una "historia defensiva llena de prevenciones". Y más allá del importante papel asignado a la historia es también el momento de (re)construir la memoria colectiva. De poder contar y conocer todas las historias invisibles, ocultas, silenciadas, reprimidas, suprimidas, desterradas, enterradas... No es casualidad que ahora en España se asista a la eclosión de la historiografía, a la constitución de foros de la memoria y a la conmemoración de decenas de actos que quieren hablar de nuestros "olvidados"como diría Hilda Sabato. El propio Parlamento español se ha implicado e impulsa medidas encaminadas a ayudar, a restaurar, a recordar, a reconocer, a reconstruir nuestro pasado.
Reconstruir toda la historia y recordar sin afán de escarbar, de expurgar o de escamotear. No será fácil, pero es una tarea colectiva insoslayable. En parte histórica y en parte terapéutica. Como dijo el ex canciller alemán Gerhard Schröeder a propósito del holocausto nazi, "no sólo se lo debemos a las víctimas, a los supervivientes y a sus familiares, sino también a nosotros mismos (...) llevamos esta carga con dolor, pero también con responsabilidad. La mayoría de las personas que viven en Alemania, afirmaba, no tienen ninguna culpa del holocausto. Pero arrastran una responsabilidad especial".
Esa es ahora nuestra obligación moral colectiva y nuestro compromiso democrático: recordar a todas las personas decentes a quienes la historia de España de la segunda mitad del siglo XX apenas permitió vivir en sus márgenes. Recordar para que dejen de estar en los márgenes de los libros de historia, en los márgenes de la memoria colectiva.
Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia y autor del libro España inacabada.
El Pais
09/06/06
La historia no siempre la escriben los vencedores. Es cierto que la historia escrita suele ser la expresión de aquellos grupos que ostentan o detentan el poder en cada momento. Intentan apropiarse de toda la historia, incluso intentan legitimar lo ilegítimo, pero la memoria colectiva es mucho más fuerte y a medio plazo prevalece sobre cualquier intento de manipulación. Además, aquellos grupos humanos que se sienten vencidos siempre dejan sus notas y sus huellas en los márgenes del relato. Por lo general son notas invisibles, escondidas, ausentes. Pero lo ausente y lo invisible también forma parte indisociable de la realidad. La memoria colectiva no puede ocultarse, ni enterrarse, ni suprimirse, pero se toma sus tiempos. Y cada pueblo suele tomarse el suyo. La historia del siglo XX nos enseña que han de transcurrir más de treinta o cuarenta años para que los pueblos afectados por traumas colectivos sean capaces de romper sus "silencios obligados" en palabras de Luisa Passerini. Ahí están los ejemplos de Alemania o Francia para demostrarlo.
El psicoanálisis, tanto da si se trata de experiencias individuales como colectivas, también tiene su lugar en estos procesos y viene en ayuda de la historia para explicarlos: cuando se viven experiencias traumáticas, crueles, descompasadamente conflictivas, el resultado es el dolor, el síntoma, la enfermedad vivida. Y uno de los métodos preferidos para superar estas situaciones es el olvido, la represión de los hechos. La persona o la sociedad no quieren recordar. Y así ocurre muchas veces. El silencio voluntario es, también, la expresión del olvido y de la represión y puede ser incluso positivo para el cuerpo social en determinados momentos. Sin embargo, hay otros caminos transitables: hacer hablar al que así sufre es uno de ellos. Porque hablar y recordar es una terapia que serena, que repara, que además permite luego olvidar de otra manera. Hablar para contribuir a serenar el cuerpo social y el alma colectiva. Pero hacerlo de una manera especial.
Seguramente el mejor camino es no mirar atrás para juzgar(te) y castigar(te). Seguramente el mejor camino es querer recordar para olvidar aceptando que somos quienes somos y aceptarlo significa y contribuye a vivir en paz. Como personas y como colectivo. Asumiendo, como expresa Sandrine Lefranc en su espléndido libro Políticas del perdón, que el olvido no se decreta. Que las páginas dolorosas de la historia de los pueblos no se pueden cerrar con leyes de amnistía, ni con expedientes administrativos, sino que para que no sean "suturas ficticias" deben descansar en generosos compromisos democráticos decididos a recomponer una historia-memoria aceptable por la inmensa mayoría. De persistir "relatos contradictorios, la tentativa ha fracasado", afirma Lefranc. Y en España corremos ese riesgo.
Ha transcurrido el tiempo necesario para poder recuperar toda la historia y todas las historias. Más de medio siglo ya es distancia suficiente para aproximarnos al estudio y al (re)conocimiento del trauma colectivo que supusieron la Guerra Civil y la represión franquista. Es el momento para dejar atrás, sin pretender ajustar cuentas con el pasado, lo que el profesor Fontana definiera como "historiografía de supervivencia" o una "historia defensiva llena de prevenciones". Y más allá del importante papel asignado a la historia es también el momento de (re)construir la memoria colectiva. De poder contar y conocer todas las historias invisibles, ocultas, silenciadas, reprimidas, suprimidas, desterradas, enterradas... No es casualidad que ahora en España se asista a la eclosión de la historiografía, a la constitución de foros de la memoria y a la conmemoración de decenas de actos que quieren hablar de nuestros "olvidados"como diría Hilda Sabato. El propio Parlamento español se ha implicado e impulsa medidas encaminadas a ayudar, a restaurar, a recordar, a reconocer, a reconstruir nuestro pasado.
Reconstruir toda la historia y recordar sin afán de escarbar, de expurgar o de escamotear. No será fácil, pero es una tarea colectiva insoslayable. En parte histórica y en parte terapéutica. Como dijo el ex canciller alemán Gerhard Schröeder a propósito del holocausto nazi, "no sólo se lo debemos a las víctimas, a los supervivientes y a sus familiares, sino también a nosotros mismos (...) llevamos esta carga con dolor, pero también con responsabilidad. La mayoría de las personas que viven en Alemania, afirmaba, no tienen ninguna culpa del holocausto. Pero arrastran una responsabilidad especial".
Esa es ahora nuestra obligación moral colectiva y nuestro compromiso democrático: recordar a todas las personas decentes a quienes la historia de España de la segunda mitad del siglo XX apenas permitió vivir en sus márgenes. Recordar para que dejen de estar en los márgenes de los libros de historia, en los márgenes de la memoria colectiva.
Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia y autor del libro España inacabada.
El Pais
09/06/06
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